miércoles, 4 de marzo de 2009


Un abrazo debe ser una expresión amorosa y respetuosa hacia los demás, en la que nuestro interés está en expresarnos de forma honesta. Podemos darlo o podemos recibirlo y, en últimas, hacer las dos cosas al tiempo. Podemos darlo cuando nos llenamos de una emoción por algo que nos desborda de dicha y necesitamos así poder reciclarnos con otro incluso hasta que nos contengan. El caso es que estamos tan llenos de gozo, que queremos dar lo mejor de nosotros en ese instante y casi cualquier persona que lo reciba es adecuada. Así sabemos que somos portadores de una energía desbordada y darla nos hace bien. Lo mismo le sucederá a quien lo recibe. A veces, en estado de tristeza, llenos de abatimiento y desolación, recibir un abrazo real y sentido es más reconfortante que una medicina, más sano que una copa de licor, y más ecológico y económico que cualquier gasto de energía. Los resultados pueden ser espectaculares. En este caso hay que estar dispuestos a dejarnos contener por el otro y a recibir lo que su ser nos proporciona, como su confianza, seguridad, fortaleza, protección y, por ende, sanación.

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